“Justicia cultural”: Europa frente a la deuda del expolio colonial

“Justicia cultural”: Europa frente a la deuda del expolio colonial
Un caso polémico: los Bronces de Benín, expoliados de Nigeria. Mientras Alemania acordó la devolución de 113 piezas, el Museo Británico de Londres se niega. Foto: Neil Hall/EFE..

La restitución de 133 piezas arqueológicas precolombinas por parte de Francia a Honduras en marzo de 2025 reavivó un debate incómodo pero necesario: la legitimidad de las colecciones latinoamericanas alojadas en museos europeos. ¿A quién pertenece el pasado?

El 19 de marzo de 2025, el Gobierno francés le devolvió a Honduras un centenar de objetos precolombinos robados e incautados por la aduana francesa en 2011. La ceremonia en Tegucigalpa, encabezada por el canciller Enrique Reina y el embajador francés Cédric Prieto, fue celebrada como una restitución histórica.

Pero este gesto no fue aislado. Forma parte de una corriente de reclamos y devoluciones de obras de arte expoliadas –es decir, saqueadas violenta y sistemáticamente– que interpela a cada vez más museos europeos sobre el origen de sus colecciones. El Museo Británico de Londres, por ejemplo, está ahora mismo en el ojo de la tormenta: mientras Grecia reclama los frisos del Partenón hace décadas y Egipto litiga por la Piedra Rosetta en el Británico, Chile se suma exigiendo el regreso del moái de la Isla de Pascua. 

"No se trata solo de devolver piezas de arte, sino de devolver la historia de una nación a su gente. Los objetos antiguos no son meros trofeos, son parte del alma de una civilización. Tener el busto de Nefertiti en el Neues Museum de Berlín es como tener la Mona Lisa en El Cairo", objetó Zahi Hawass, arqueólogo y exministro de Antigüedades de Egipto.

La controversia se ancla a un dilema no resuelto: ¿A quién pertenecen los bienes culturales obtenidos por expolio durante el colonialismo? ¿Deberían los museos devolverlos a sus comunidades de origen o exponerlos como patrimonio mundial? Mientras algunos especialistas sostienen que devolver las piezas implicaría vaciar los museos de su relato universalista, otros –como Achille Mbembe, filósofo camerunés–, argumentan que su conservación sin consentimiento de las comunidades ni reconstrucción de su historia perpetúa la lógica colonialista. 

Ante este escenario, Catharine Titi –abogada especializada en derecho internacional– denomina al movimiento "Justicia cultural" y distingue dos tipos de restituciones: por un lado, los casos más recientes ocurridos en los últimos 50 años, donde existen normas internacionales definidas que guían el proceso. Por el otro, las devoluciones de bienes expoliados hace siglos, en contextos coloniales o precolombinos, donde el marco legal se torna difuso y las soluciones dependen en mayor medida de la voluntad política. Para estos casos complejos, la UNESCO hace uso del Comité Intergubernamental para el Retorno de Bienes Culturales, que actúa desde 1978 como mediador entre las naciones implicadas. Sin embargo, en muchos casos los acuerdos se han alcanzado de manera voluntaria y bilateral, como es el caso de Bélgica, Alemania, Países Bajos y Francia.

En el corazón de París, el Musée du quai Branly alberga más de 300.000 artículos de culturas no occidentales, entre ellos más de 4000 vasijas y figuras ceremoniales precolombinas, recolectadas en Perú por el explorador austríaco Charles Wiener, en el siglo XIX. 

Su tataranieta, la periodista y escritora peruana, Gabriela Wiener, abordó este pesado legado colonialista en su libro Huaco Retrato, donde ella como protagonista –una mujer mestiza– recorre el museo francés buscando reconocerse en los rostros que él extrajo de su tierra natal. En esa exploración íntima pero política, Wiener denuncia: "Él ha pasado a la posteridad como 'autor' de esta colección de obras, borrando a los reales y anónimos, arropado por la coartada de la ciencia y el dinero de un gobierno imperialista".

Entre estatuas y cerámicas zoomorfas, Wiener se pregunta por la violencia simbólica de convertir fragmentos de historia en propiedad privada. "Huaquear es excavar e invadir tumbas en búsqueda de objetos valiosos. Llamo huaqueros a los saqueadores que trafican bienes culturales en pos de la decoración del ego", escribe. "Un museo no es un cementerio, aunque se parezca a uno", expresa al describir la sala, donde las piezas poseen etiquetas vagas en vitrinas lapidarias y carecen de contexto.

Este tipo de denuncias se están multiplicando a rápida escala: según RTVE (Radiotelevisión Española), más de 90 países han iniciado reclamos patrimoniales desde 2017, cuando Emmanuel Macron prometió devolver 100.000 obras de arte africanas en su visita por Burkina Faso y restituyó el sable de El Hadj Umar Tall a Senegal. En América Latina, México ha recuperado más de 11.500 piezas desde 2018; Perú recuperó el Sol Echenique –símbolo de Cusco– el año pasado, y Brasil logró repatriar el manto indígena Tupinambá, hacía tres siglos descansando en las vitrinas del Museo Nacional de Dinamarca. A su vez, el Museo Horniman, en Reino Unido, inició la devolución de 72 objetos de bronce a Nigeria. 

Pese a las crecientes demandas, no todos los países avanzan en la misma dirección. España, por ejemplo, trazó una línea entre devolución de piezas y la actualización de discursos museológicos: "Nosotros no decolonizamos, pero sí queremos estrechar lazos con países latinoamericanos desde el respeto y la igualdad", expresó el gobierno.

Mientras la presión internacional crece y los discursos curatoriales son puestos en jaque, hace eco una frase de Gabriela Wiener: "Son museos muy bonitos levantados sobre cosas muy feas". La belleza que encierran es, en muchas ocasiones, inseparable de la violencia con que fue arrancada. Lo que está en juego no es solo la posesión de objetos invaluables, sino el relato sobre quién tiene el derecho a contar la historia del otro: ¿Devolver o conservar? ¿Restituir o perpetuar?

La respuesta, por ahora, está encerrada tras las vitrinas.