El Sol Naciente - Parte 1

El Sol Naciente - Parte 1
Bandera del Ejército Imperial Japonés.

Introducción.

La historia de la Segunda Guerra Mundial es una que se sigue escribiendo a día de hoy, y es difícil estimar hasta cuándo será estudiada. Sobre de sus causas, sus principales eventos, sus personajes y su resolución yacen incontables investigaciones y revisiones de la historia de la guerra. Afortunadamente, en occidente disponemos de una infinidad de recursos a base de la cual podemos adentrarnos en nuestra historia para aprender sobre los incontables errores del pasado, y así evitar caer en ellos nuevamente.

Esto es verdad para el estudio de la Segunda Guerra Mundial en Europa. Son de público conocimiento eventos como el surgimiento de gobiernos fascistas, su expansión por Europa y los crímenes inimaginables cometidos. Sin embargo, ¿qué sucedió del otro lado del mundo?, ¿Cuál es la historia del frente más grande de la guerra fuera de Europa, el frente asiático? De la misma forma que en Europa, las atrocidades cometidas por los agresores de la guerra pueden ser considerados los peores crímenes de la historia de la humanidad, y aún así poca es la memoria que dejamos para estos. Al mismo tiempo, la solución del conflicto y las cicatrices de sus atrocidades –que fueron mucho más que dos bombas atómicas– fueron tales que moldearon la política internacional en Asia y el mundo hasta el día de hoy. Si pretendemos construir un futuro y entender el presente, no podemos borrar de nuestra memoria distintas partes de la historia, sin importar lo difícil que sea investigarlas. A su vez, si realmente creemos que las atrocidades del pasado fueron los peores crímenes en la historia de la humanidad, recordarlos parcialmente deja la puerta abierta a que la próxima vez que puedan aparecer, fallemos en ponerles un freno. Esta parte de la historia no debería repetirse nunca, entonces recordémosla.

A continuación, yace un recuento de la historia de la Segunda Guerra Mundial en Asia, evaluado desde la experiencia de su principal beligerante: el Imperio de Japón. Entre 1918 y 1937, Japón se convertirá en un régimen autoritario con una rama militar cuyo poder no para de crecer, con una población devota hacia sus líderes como en ninguna otra parte del mundo y proyectos de expansión que llevarían a Asia a uno de los episodios más oscuros de su historia.

Rayos de nacionalismo

La década de 1920 estuvo llena de eventos traumáticos para la economía y la política japonesa que construyeron un clima político y social tenso. En las décadas anteriores, Japón venía experimentando un crecimiento económico sin precedentes desde la Restauración Meiji en el siglo XIX y el crecimiento de la industria bélica durante la Primera Guerra Mundial, el cual vino acompañado de un aumento demográfico inmenso. Sin embargo, este crecimiento económico se detuvo luego de que el abandono de una economía de guerra desembocara en el cierre de varias fábricas y la pérdida de varios empleos. Sumado a esto, en 1923 Japón sufrió el que a día de hoy es considerado el peor terremoto de su historia: el Gran Terremoto de Kanto –ubicada en la isla central Honshu– destruyó las ciudades de Tokyo y Yokohama, falleciendo más de cien mil víctimas. A todo esto, el crecimiento demográfico no se detuvo: en 1926, las islas de Kyushu, Shikoku, Honshu y Hokkaido –las cuatro que forman la mainland de Japón– sumaban más de sesenta millones de personas y la población crecía a un ritmo de un millón de personas por año; la economía no daba abasto. La política japonesa fue incapaz de responder eficientemente a estas crisis, culminando en una desconfianza generalizada de la población hacia los partidos políticos y el gabinete de ministros.

Población de Japón de 1800 a 2000 (millones). Fuente: Gapminder; United Nations Department of Economic and Social Affairs (UN DESA).

En este clima de inestabilidad el nacionalismo cobró fuerza en la sociedad japonesa. Entre sus principales referentes destacaba Ikki Kita, un filósofo afín a ideales socialistas que años antes llamaba al reordenamiento del orden político en Japón y en Asia:

Los poseedores del poder financiero, político y militar se esfuerzan por mantener sus intereses injustos bajo el amparo del poder imperial [...] La única paz internacional posible, que vendrá después de la era actual de guerras internacionales, debe ser una paz feudal. Esto se logrará mediante el surgimiento del país más fuerte, que dominará a todas las demás naciones del mundo”.

Retrato de Ikki Kita; circa 1920. Con su libro "Plan para la reorganización de Japón" –en japonés Nippon Kaidzoo Jōan Taikō (日本改造法案大綱)–, Kita es considerado por algunos el padre del fascismo en Japón.

Este fervor nacionalista encontró fuerza en el Ejército Imperial Japonés (EIJ) y la Armada Imperial Japonesa (AIJ), y para la decada de 1930 se habían formado dos facciones dentro de estos. Por un lado, la facción denominada “Camino Imperial” –en japonés Kōdōha –, y por otro lado la facción denominada “Control” –en japonés Tōseiha. Ambas facciones coincidían en la idea de que los militares debían tomar el poder en Japón y con este reordenar las crisis que la política parlamentaria no estaba resolviendo; la solución principal a las crisis significaba la expansión militar sobre distintos territorios en Asia y el Pacífico. Sin embargo, la forma en la que estas facciones entendían la toma del poder difería enormemente. Por un lado, la facción Tōseiha entendía que la expansión futura devendría en una guerra total, y para afrontarla iba a ser necesario el orden político y económico preestablecido; querían trabajar dentro del status quo. Por otro lado, la facción Kōdōha soñaba con un futuro más radical: proponían un regreso al orden político previo a la occidentalización que devino de la Restauración Meiji, donde el estado sería purgado de los burocráticos, políticos y empresarios –conocidos como Zaibatsu– a los que la facción consideraba corruptos. Imaginaban un Japón que sería gobernado directamente por el emperador, y este sería asistido por el ejército. Este orden militar que envisionaba la facción Kōdōha tenía un nombre: la Restauración Showa. Por último, ambas facciones disidían en los objetivos de la expansión militar del imperio. Por un lado, la facción Kodoha apoyaba la estrategia “Atacar al norte”, que consistía en expandirse por el norte de China y la Unión Soviética. Por otro lado, la facción Tōseiha apoyaba la estrategia “Atacar al Sur”, expandiéndose sobre Asia Meridional y las islas del Pacífico Sur, varias de las cuales se encontraban en manos de distintas potencias de occidente.

“Bajo el cielo primaveral de la Restauración Showa

El hombre que dirige una causa justa

En su corazón está la marcha de un millón de tropas

Listos para caer como diez mil flores de cerezo”.

Oda a la Restauración Showa, canción popular en la facción Kodoha.

Gekokujō (下剋上).

La década de 1930 estuvo marcada por actos de insubordinación y rebeldía que demostraron que el poder político de los militares en Japón era tan grande que no solamente podían actuar de forma independiente, sino que podrían eclipsar las acciones del propio gobierno civil. Desde su posición en Corea, el ejército de Kwantung –la rama del EIJ que se encargaba del control militar de la colonia coreana– miraba hacia el norte de Asia con deseos de una expansión hacia la región de Manchuria, en el noroeste de China. Dos oficiales del Kwantung, Kanji Ishihara y Seshiro Itakagi, veían a Manchuria como la solución a los problemas que afrontaba Japón, principalmente por el alivio que podría traer a la crisis de sobrepoblación y de recursos naturales en la tierra natal. Mientras Japón soñaba con una futura anexión de Manchuria, China llevaba cuatro años con nacionalistas, comunistas y caudillos locales luchando por el poder en una guerra civil. Ishihara e Itakagi imaginaban al Kwantung como una fuerza civilizadora que traería prosperidad a la región diezmada por la barbarie de la guerra civil, al mismo tiempo que sería adherida a la esfera del Imperio y contribuiría al saneamiento de sus crisis. Cuando la propuesta llegó a Tokio, el Ministerio de Guerra y el emperador se negaron a sancionar un plan para la invasión, pero eso no le importó al Kwantung. El 18 de septiembre de 1931, plantaron y detonaron una carga explosiva en una línea de ferrocarril japonesa situada en Mukden, evento que le atribuyeron a las fuerzas chinas de la zona. El llamado Incidente de Mukden marcó el inicio de la invasión japonesa a Manchuria, la cual para el año siguiente concluyó de forma exitosa con la consolidación del estado independiente de Manchuckuo, el cual se convertiría en un estado títere de Japón. Si bien el Kwantung no se había convertido oficialmente en un organismo independiente del EIJ, sí se había ganado el apoyo popular en el Japón natal, aumentando la popularidad de una futura reforma política que aumente el poder de los militares. De esta forma, los conflictos militares en Asia comenzaron con el Ejército Imperial Japonés desobedeciendo al gobierno civil, y de este punto en adelante su poder iba a aumentar.

Bandera del estado de Manchuckuo, que existió entre 1932 y 1945.

Para 1932, las facciones militares eran fuerzas tanto dentro del EIJ y la AIJ como dentro del propio gobierno civil. El cargo de ministro del ejército era ocupado por el líder principal Kōdōha, Sadao Araki, y varios referentes Tōseiha ocupaban cargos de alto rango en el EIJ, aunque por ahora ninguno con una posición tan relevante como la de Araki. Hacia abajo en la cadena de comando, la mayoría de los oficiales jóvenes del ejército y la armada se alinearon con las propuestas más idealistas del Kōdōha, y varios de estos comenzaron a tomar acción. Este año marcó el inicio de una oleada de asesinatos políticos que, con sus consiguientes juicios, representaban el deterioro de la solución pacífica a los conflictos políticos que Japón enfrentaba. El 15 de mayo, nueve jóvenes oficiales del ejército y la armada entraron por la fuerza a la casa del Primer Ministro Tsuyoshi Inukai –de 75 años. Cuando este intentó apaciguarlos invitándolos al diálogo, los oficiales respondieron asesinándolo. Este fue el incidente del 15 de mayo, cuyos juicios posteriores dieron condenas que no superaron los dos años de prisión. Estos demostraron el apoyo popular incuestionable que había hacia los jóvenes militares: ya no eran vistos como un peligro a la estabilidad política, sino como unos mártires dispuestos a llegar tan lejos como matar a un Primer Ministro por lo que ellos consideraban ser el bien de la nación. El poder de los políticos se desmoronaba, haciendo realidad la frase que exclamó el líder de los asesinos de Inukai justo antes de que jalaran el gatillo: “Hablar no sirve de nada ¡Fuego!”.

Foto de Sadao Araki; circa 1933.

El último incidente de violencia política previo a la instauración definitiva de un orden militar sería irónicamente un fracaso para sus oficiales perpetradores. El 26 de febrero de 1936, miembros del Kōdōha provenientes tanto de la Armada como del Ejército emprendieron un golpe de estado con el objetivo de asesinar a las cabezas del poder político parlamentario en Japón: el Primer Ministro –que para ese entonces era Keisuke Okada–, el gabinete de ministros y los ex-primeros ministros que actuaban como cónsules. El Incidente del 26 de febrero fue, para los oficiales del Kōdōha, el clímax de su lucha para restaurar Japón a su orden previo a la modernización y las crisis que vinieron con ella: era el comienzo de la Restauración Showa. La razón por la que este intento de golpe de estado es recordado como nada más que un golpe fallido –en lugar del inicio de una revolución– fue por el efecto que una orden directa del líder de la nación supo tener sobre los soldados. Tokyo estuvo tomada por los rebeldes desde la madrugada del 26 hasta la mañana del 29, cuando en puntos estratégicos de la ciudad empezó a sonar un mensaje que pondría la rebelión patas arriba: un edicto del emperador Hirohito que ordenaba a los rebeldes a soltar las armas y abandonar la rebelión. De esta forma, culminaron una serie de incidentes de insubordinación y violencia en los cuales jóvenes oficiales militares se revelaban contra el más longevo status quo. Los japoneses tienen un nombre para este tipo de incidentes: Gekokujō.

La bandera del ejército rebelde llevaba el lema del golpe: venerar al emperador, destruir a los traidores –en japones, sonnō jōi (尊皇討奸).

Ustedes obedecieron fiel y sinceramente a sus oficiales, confiando en que sus órdenes eran justas. Sin embargo, ahora el emperador les ordena que regresen a sus unidades. Si ahora continúan resistiendo, serán considerados traidores por desobedecer la voluntad del emperador. Creían que estaban haciendo lo correcto, pero ahora que se dan cuenta de que estaban equivocados no deberían continuar rebelándose contra el emperador y deshonrándose a ustedes mismos como traidores. Todavía no es demasiado tarde”.

Decreto Imperial dirigido al ejército rebelde.

El incidente del 26 de febrero terminó siendo el final de las divisiones faccionistas militares, e irónicamente el comienzo de un orden político militar en Japón. La facción Kōdōha había llegado al clímax de su historia y había fallado en consolidar el apoyo de la figura que tanto querían restaurar; habían perdido. Sadao Araki fue destituido del cargo de ministro de guerra, e Ikki Kita fue ejecutado en 1937. Los oficiales Kōdōha que participaron del golpe fueron juzgados y los que permanecían en las filas del EIJ y la AIJ fueron purgados. Al mismo tiempo, los oficiales ex Tōseiha ahora eran los únicos que quedaban en cargos relativamente poderosos. Después del Incidente, se aprobaron legislaciones depositando más poder político en el Ejército y la Armada con el fin de que un intento de Restauración Showa no suceda jamás, y estos oficiales iban ganando poder. La crisis de la democracia japonesa llegó a un confuso pero decisivo final: a partir de 1936 el gobierno de Japón era prácticamente militar, el cual daría forma a los sueños expansionistas que sus ideologías extremas habían tramado durante tantos años. La Restauración Showa había fracasado, pero el poder residía en el emperador y en los militares.

Al margen de la importancia para el ordenamiento político y militar de Japón que el Incidente del 26 de febrero pudo tener, resulta impresionante cómo fue suficiente un solo mensaje bajo el nombre de una sola persona emitido a miles de rebeldes leales a su causa para deshacerse del caos que inundó Tokyo. ¿Cómo es posible que la figura del emperador haya por sí sola desactivado la bomba que ni el ejército ni la armada pudieron controlar tanto durante tres días como seis años? 

La nación-familia:

El vínculo entre el emperador de Japón y la masa del pueblo japonés no se asemeja en nada a aquel entre un jefe de estado en occidente y su población. Para los japoneses, este rasgo de su orden social era parte de su idiosincrasia, y las esferas más altas del poder político iban a aprovecharse de este. Durante las décadas de 1930 y 1940 varias instituciones del estado japonés emitieron innumerables documentos que hoy nos sirven para comprender la realidad social del imperio y las ambiciones imperiales sobre el resto de Asia. Entre ellos destaca un libro emitido por el Ministerio de Educación en 1937 llamado “Principios Cardinales para la Identidad Nacional de Japón”, conocido como Kokutai no Hongi. Este detallaba la historia temprana de Japón como nación, observando su filosofía, su cultura y los valores de su población, y los unía argumentando cómo estos moldeaban la política exterior del imperio en los años venideros. Entre todas las características que hacen al Kokutai –identidad nacional en japonés–, destaca la relación entre el emperador y el pueblo, quienes nunca son tratados como en naciones occidentales –es decir, como ciudadanos– sino que son algo distinto; son súbditos, y como súbditos tienen una responsabilidad con respecto a su emperador:

Retrato colorizado del emperador Hirohito, conocido póstumamente como Shōwa; circa 1928.

La lealtad significa venerar al emperador como nuestra base y seguirlo de forma implícita. La obediencia implícita significa ponernos a nosotros mismos a un costado e intencionalmente servir al emperador. Es este camino de lealtad el único mediante el cual los súbditos podamos realmente vivir”.

El orden social entre la población era uno en el que todos los individuos se dedicaban a seguir la voluntad del emperador, convirtiendo esta lealtad incondicional en el orden moralmente aceptado en la sociedad japonesa. Más adelante, la relación que plantea el Kokutai no Hongi entre el emperador y sus súbditos es una que justamente facilite este orden de subordinación absoluta, y será un reflejo del vínculo humano más cercano que una persona puede tener en Japón y en el mundo, la lealtad filial:

“Nuestra vida doméstica no consiste en una relación lateral, como aquella entre marido y mujer o entre hermano mayor y hermano menor; la relacion que forma las raíces de la vida doméstica es una relación dimensional entre padre e hijo. [...] Fundada en una relación natural de engendrar y ser engendrado, tiene como núcleo la reverencia y el afecto”

El orden familiar en Japón involucra tanto una relación de dependencia entre los padres e hijos como una reivindicación del pasado familiar. En el vínculo familiar, las distintas partes tienen una función: reverencia del hijo hacia el padre, y afecto del padre hacia el hijo. El sistema familiar japonés es uno en el que los individuos son súbditos de la red en la que se encuentran, y sus distintos integrantes cumplen sin cuestionar su función, satisfaciendo su posición dentro de su familia, preservando el honor familiar. Por último, combinar los vínculos intrafamiliares y el lazo entre emperador y súbdito dan lugar a una forma de entender la sociedad japonesa interesante:

Nuestro país es una gran nación familia, y la familia imperial es el líder familiar de los súbditos y el núcleo de la vida nacional. Los súbditos veneran a la familia imperial (...) y el emperador ama a sus súbditos como si fueran sus propios hijos. [...] Los corazones de los súbditos que prestan servicio mediante el Camino de la lealtad y la piedad filial, unidos al gran augusto corazón benevolente del Emperador, cosechan los frutos de la concordia entre el Soberano y sus súbditos”.

Al unir la lealtad al emperador y la lealtad filial encontramos lo que realmente significa seguir el camino del súbdito. El estado japonés pretende que los individuos en la sociedad japonesa abandonen dediquen su vida al seguimiento de la voluntad del emperador y a la veneración de su imagen. De esta forma, estarían satisfaciendo su lugar adecuado como súbditos, y al mismo tiempo honrando el pasado de la nación e impulsando la supuesta benevolencia del orden imperial hacia el futuro. Los individuos dejan de ser ciudadanos, y pasan a ser súbditos. La reconversión de los individuos a súbditos y el seguimiento de dicho camino es definitoria para la idiosincrasia del pueblo japonés; es uno de los Principios Cardinales de la Identidad Nacional de Japón.

La segunda guerra Sino-Japonesa fue el conflicto en el que Japón se expandió militarmente sobre el norte de China. En esta foto, soldados japoneses celebran la captura de Shanghai en 1937 alzando y bajando los brazos, al grito de “Larga vida a su majestad el Emperador” –en japonés Ten’noheikabanzai (天皇陛下万歳).

Hacia China.

Para 1937, el control político de Japón estaba firmemente en las manos de los oficiales antes miembros del Tōseiha, al mismo tiempo que el escenario geopolítico en Asia Continental era cada vez más tenso, y ponía en riesgo la posición en Manchuckuo. Por el momento, los oficiales militares del EIJ –quienes tenían un poder enorme sobre quién era designado Ministro de Guerra– buscaban asegurase de que una crisis como la del 26 de febrero no se repita, y para eso iban a resolver los problemas que los militares idealistas ex-Kōdōha señalaban en el orden político y económico japonés. ¿La solución? De la misma forma que Manchuria había sido tomada para sanear las crisis natal en 1931, ahora la expansión abarcaría el resto del Norte de China. En este sentido, las viejas demandas de la facción Kōdōha ahora estaban siendo atendidas por el Toseiha, y la estrategia de Atacar al norte veía algunos de sus planes materializarse. Sumado a esto, los líderes militares del EIJ seguían viendo amenazas en Asia en forma de la U.R.S.S. y el persistente surgimiento del Partido Comunista Chino (PCCh) en la Guerra Civil China. Ahora, Japón tenía motivos económicos y geopolíticos para adentrarse en China. Al ver el miedo a la expansión comunista desde China y la Unión Soviética hacia Japón que había en la facción Toseiha y en el EIJ, Japón entiende la expansión hacia el norte de China como una política de autodefensa. Si a esto le sumamos los intereses económicos y demográficos para satisfacer las crisis en las islas natales, podemos sumar el adjetivo de supervivencia. La idea de que la próxima guerra va a ser una de “defensa propia” o “supervivencia” va a ser una constante en la justificación del ejército y el estado japonés para los conflictos venideros. 

Irónicamente, fue el líder de la invasión a Manchuria, quien se opuso a la expansión por el norte de China. Kanji Ishihara, ahora en el Estado General del EIJ, había visto las consecuencias que la toma de Manchuria había tenido para Japón y se negó a permitir que la anterior sea usada para invadir el resto de China, pero para julio de 1937 frenar las ambiciones del ejército era imposible. Para 1937 la presencia del EIJ en Manchukuo y el norte de China era inminente, y a medida que los planes para invadir China se iban materializando en el ejército, la tensión entre el EIJ y el Ejército Nacional Revolucionario (el ala armada del gobierno civil chino) escalaría hasta el 7 de julio. Ese día, en la provincia de Hebei cerca del Puente de Marco Polo, tropas imperiales y nacionalistas chinas se abrieron fuego mutuamente, resultando en una baja japonesa. Si bien a día de hoy el verdadero culpable del incidente resulta incierto, el hecho fue suficiente para que el 27 de julio el Primer Ministro Fumimaro Konoe emitiera al parlamento de Japón un discurso anunciando la intromisión de Japón en territorio chino, al mismo tiempo que predicaba el deber de Japón de establecer un “Nuevo Orden en Asia Oriental”. Si bien para Konoe y el resto de Japón esto pudo haber significado una mera intervención militar, esta serie de eventos terminaría siendo el inicio de la Segunda Guerra Sino-Japonesa y –dependiendo de a quién se le pregunte– la Segunda Guerra Mundial. Para el imperio, la intromisión en China fue el inicio de una guerra de desgaste subestimada como una breve intervención militar como fue Manchuria, que terminaría siendo un eterno signo de interrogación en la expansión imperial. Para China, la guerra iba a ser el punto cúlmine de su aclamado “siglo de humillación”, durante la cual el pueblo chino sufriría múltiples atrocidades y crímenes inimaginables, que siguen dejando marcas en la historia moderna de China y Japón hasta el día de hoy.

En los inicios de la guerra, Japón avanzó rápidamente sobre las principales ciudades chinas. Para finales de 1937, habían capturado Beijing, Shanghai y la entonces capital Nanjing.

Bibliografía:

Gauntlett, J. O. (1949). Kokutai No Hongi—Cardinal Principles of the National Entity of Japan. Harvard University Press.

Toland, J. W. (1970). The Rising Sun: The decline and fall of the Japanese Empire, 1936-1945 (2003). Modern Library.

Tankha, B. (2003). Kita Ikki and the Making of Modern Japan (2006). Global Oriental.